viernes, 27 de junio de 2008

Tiempo

Se detiene. Ralentiza sus zancadas hasta quedar en suspenso. Y no tiene dueño (nunca lo tuvo). Quieres atraparlo, llenarlo, darle un honroso sentido, pero no puedes. Lo ves pasar majestuoso, impertérrito ante tus súplicas y lento, muy lento, haciendo eternos los días y las noches. Uno, inmóvil, quiere llenarlo de contenido hasta que se da cuenta de que tan sólo lo mata. Y se convierte en un enemigo al que hay que vencer. Ganas batallas, algunas importantes (leer un buen libro, escribir en el blog, comer, charlar con los amigos, hacer el amor, ver un partido, ducharte, eschuchar un disco conmovedor...), pero la guerra te la va ganando él, poco a poco, silencioso, sin escrúpulos. Aquí, detenido sobre mi cama, con una pierna lesionada que me impide dar más de diez pasos sin dolor, contemplo el tiempo y me esfuerzo en entenderlo. El me escruta interesado y me saca la lengua sabiéndose poderoso. ¡Qué no soy sino otro ser humano a su merced!